Recuerdo cuando era niño y mi hermano mayor me tenía que contar historias para que yo comiera el pescado. Me ponían lenguado a la plancha, sobre todo, y para mí era un suplicio. No había manera de acabarme el plato, aunque mi hermano me contase las historias más divertidas. Con el tiempo fui apreciando el pescado hasta incluirlo en mi dieta como un alimento más, pero no sería hasta bien pasada la adolescencia.
Por alguna razón, a buena parte de los niños no les gusta el pescado. Según dicen los expertos, este rechazo innato tendría que ver con una suerte de aviso genético que nos alerta del peligro de la toxicidad para nuestro organismo. Antes de que todos los alimentos pasasen rigurosos controles de calidad, el ser humano debía tener mucho cuidado con lo que comía: el hecho de que muchos tóxicos sean amargos hizo que desarrollásemos esa alerta genética. Así que cuando ofrezcas a tu hijo pescado y no le guste, sé paciente…
Por suerte, nosotros tenemos un niño fanático del pescado. Le ponemos Conserva de Atún claro en aceite y lo devora. Merluza, sardinas, caballa… y lenguado, también el lenguado que yo no podía ver ni en pintura se lo come mi hijo. Se ve que no ha heredado las ‘alertas genéticas’ del padre. Desde luego que en esta afición por el pescado tiene mucho que ver el hecho de que su madre haya insistido tanto desde bien pequeñito. Yo era el tercero y conmigo ya no había tanto entusiasmo para insistir en que comiera tal o cual alimento.
Por supuesto, nuestro hijo tampoco es perfecto si hablamos de alimentación. Su talón de Aquiles es la verdura, que con el tiempo la ha ido dejando de comer, a la par que iba rechazando los purés, el método que usábamos para que comiera verdura desde pequeño. Pero, de momento, nos conformamos con su afición por la Conserva de Atún claro en aceite, lenguado, merluza y demás pescados. ¡Ah! Y no le gusta el chocolate ni el dulce: ¿será un niño humano?