Nunca había prestado mucha atención al mundo de la cocina hasta que empezaron a ponerse de moda esos programas de televisión. Ahora es como una fiebre y yo he terminado por contagiarme, pero el proceso ha sido curioso. Mi mujer fue la que empezó a ver esos programas. Tampoco ella es una amante de la cocina, pero sí del buen comer, como casi todos. Ella me “obligó” a ver alguno de esos concursos y comenzamos a probar con algún plato, al principio en plan de broma, pero le fuimos cogiendo el tranquillo.
Recuerdo que una de las primeras cosas que hice fue una crema Chantilly para un postre con naranja y almendra: algo muy sencillito para empezar pero que a mí me costó. Lo primero de aprender a cocinar un poco en serio es que cambia tu perspectiva del supermercado. No es lo mismo comprar unos filetes de lomo que ir a por una crema para cocinar. Hay vida más allá del pasillo de los platos precocinados.
Elegir la crema adecuada para hacer aquel postre ya exigía un poco de atención ya no que no servía cualquiera. Se pasa más tiempo en el supermercado pero, al final, controlas mucho mejor tu alimentación e, incluso, terminas ahorrando en la cesta de la compra si se opta por más productos naturales y menos platos precocinados.
Con mi crema para cocinar y el resto de ingredientes me fui a casa dispuesto a sorprender a mi mujer con el postre que habían hecho el día anterior en televisión. Ella trabajaba hasta tarde aquel día así que tendría tiempo de sobra. Armado con mi iPad en la cocina y con mi gorro de chef hice la crema Chantilly con naranja y almendra. Cuando terminé, la probé y estaba de rechupete. La satisfacción que le queda a uno después de terminar un plato y que los demás te digan que está riquísimo no la había sentido nunca. Y engancha.
A partir de ahora, vemos menos programas de televisión y cocinamos más. Cada fin de semana probamos algo nuevo: a veces salen mejor y otras peor, pero lo disfrutamos.