Me gusta el cine, las artes plásticas, la música… Me gusta casi todo, pero no recordaba haber ido al teatro en muchos años. Creo que era por una cuestión de dificultad para la ‘inmersión’: ver a unas personas subidas a un escenario ‘gritando’ me impedía meterme en la historia, incluso aunque esta me interesase. Recuerdo cuando era niño y aún iba al colegio que nos llevaron a una obra de teatro: era un monólogo y salí de allí desconcertado. No entendí que hacía aquel tipo declamando en el escenario. No me hizo ninguna gracia.
Toda esta animadversión al teatro cambiaría cuando conocí a una chica en un certamen poético que estaba estudiando un Master en Teatro Musical en Madrid. Y como me interesa conocerla mejor le fui siguiendo la corriente con el tema del teatro… A los dos nos gustaba escribir, pero lo mío estaba enfocado a la narrativa clásica: novela, relato y cosas de ese tipo. Pero ella quería ser dramaturga y ya tenía algo de experiencia en musicales, incluso como actriz.
Por supuesto, tarde o temprano tenía que llegar una oferta para acudir a una obra de teatro. Intenté fingir mi total desconocimiento del medio de la mejor manera que pude, pero acepté sin dudarlo la oferta. Y mi visión del teatro cambió. Quizás habían pasado 20 años desde que aquel famoso monólogo cuando estaba en el colegio. La obra era un musical contemporáneo con un libreto bastante singular y una historia un tanto surrealista. No era un clásico que era lo que menos me interesaba a mí.
En esta ocasión no tuve problemas de inmersión. Es verdad que al principio fingí mucho interés con tal de pasar un rato con mi amiga, pero al final prácticamente hasta me olvidé de ella. Y eso es mérito del teatro. Mi entusiasmo no fue nada fingido en la conversación que tuvimos tras la obra. Mi amiga aprovechó para hablarme largo y tendido sobre su Máster en Teatro Musical en Madrid y sobre sus planes de futuro y yo comencé a ‘amar’ el teatro… por una buena causa.