La cámara de aire es un recurso constructivo utilizado desde la antigüedad. Estos espacios habilitados entre muros se localizan en multitud de construcciones milenarias, como la Domus Tiberiana erigida en tiempos del Imperio Romano. Hoy es indispensable cuando se realiza el aislamiento mediante insuflado A Coruña de fachadas y techos, operación consistente en inyectar lana mineral u otro material de baja conductividad térmica en las cámaras de aire de una edificación.
La creencia de «cuanto más, mejor» ha lastrado históricamente el rendimiento de las cámaras de aire. La razón es simple: cuando el espesor del hueco es excesivo, pierde su capacidad aislante y propicia la entrada de aire frío y otros problemas indeseados.
El trasdosado directo y otras innovaciones han pretendido reemplazar el uso de cámaras de aire. ¿Por qué siguen gozando de popularidad? Una primera justificación es puramente constructiva. Con carácter general, las fachadas se componen de una capa externa y una interna de ladrillo, quedando entre ambas un espacio vacío de unos pocos milímetros unas veces y de más de diez centímetros otras.
Esta necesidad de separar los tabiques interno y externo se aprovecha, pues, para mejorar la eficiencia energética de la vivienda. Para ello, se rellenan las cámaras de aire con poliuretano, lana de roca, celulosa, fibra de vidrio o corcho natural expandido, más eficaces que el aire en términos de aislamiento térmico.
De unos años aquí se ha perdido la razón estética de las cámaras de aire: las generaciones anteriores juzgaban más favorablemente aquellos edificios que poseían una tabiquería más ancha. Se entendía que, de este modo, su contenido en piedra y otros materiales robustos sería mayor, al igual que su durabilidad. Esta creencia, no exenta de fundamento, carece de sentido en nuestro siglo, y la utilidad real de las cámaras de aire reside en el aislamiento térmico.