Desde el momento en que mis ojos se posaron por primera vez en el vasto océano, supe que estaba a punto de vivir una experiencia única. Era un día soleado en mi infancia, y la emoción vibraba en el aire cuando mi familia y yo nos embarcamos en la ruta cangas vigo, en lo que sería mi primer viaje en barco.
El puerto de Cangas nos dio la bienvenida con el bullicio característico de los pescadores y el olor a salitre impregnando el ambiente. Mi corazón latía con fuerza mientras subíamos a bordo del barco que nos llevaría a través de las aguas del Atlántico. Mis ojos curiosos escudriñaban cada rincón de la embarcación, maravillándome con las cuerdas que se entrelazaban como una danza y las velas que se hinchaban con la promesa de aventuras.
A medida que el barco se alejaba del muelle, la costa de Cangas se iba desvaneciendo lentamente en el horizonte. Me aferré al borde del barco, sintiendo la brisa marina acariciar mi rostro y contemplando el azul infinito que se extendía ante mí. La inmensidad del océano despertó en mí una sensación de asombro y libertad, como si estuviera navegando hacia lo desconocido.
A lo lejos, las gaviotas trazaban círculos en el cielo, compañeras de viaje que nos guiaban con sus graznidos. La tripulación, con sus rostros curtidos por el viento y el sol, compartía historias de naufragios y hazañas marítimas, sumergiéndonos en la rica tradición marinera de la región. Me sentí parte de una narrativa atemporal, donde cada ola contaba una historia diferente.
El traqueteo del motor y el suave balanceo del barco crearon una sinfonía hipnótica que me envolvió en un estado de paz. El océano, con sus misterios y secretos, se revelaba ante mí como un lienzo en constante cambio. Las olas danzaban al ritmo de la travesía, y yo, un pequeño explorador, absorbía cada momento con ojos de maravilla.
A medida que nos acercábamos a Vigo, el puerto emergió como un faro que nos guiaba a casa. La ciudad se desplegaba ante nosotros, con sus edificios que se alzaban como guardianes de tierras conocidas. La excitación creció en el aire, y mi corazón latía con anticipación mientras nos acercábamos al final de nuestro viaje marítimo.
El desembarque fue como volver a la realidad después de un sueño. Aunque mis pies volvían a tocar tierra firme, mi mente seguía navegando en las olas de recuerdos que había cosechado en el viaje. El primer viaje en barco de Cangas a Vigo quedó grabado en mi memoria como una epopeya de descubrimiento y maravilla, marcando el inicio de una vida llena de viajes y aventuras en los mares del mundo.
Aquel día en el que era un niño que cruzaba el Atlántico en un pequeño barco se convirtió en la semilla de mi amor por la exploración y mi fascinación por la inmensidad del océano. Cada vez que escucho el suave susurro de las olas, mi mente regresa a aquel viaje lleno de inocencia y asombro, recordándome que, a veces, las experiencias más simples son las que dejan las impresiones más duraderas en el corazón.