El premio 

Durante un tiempo asistí a talleres de creación literaria con un grupo que se había organizado en la biblioteca de mi barrio. Todos eran gente parecida sin mucha experiencia en literatura menos Ramón, un tipo de mediana edad que se creía escritor. No es que escribiera mal, tampoco muy bien, pero siempre actuaba como el guía del taller, y eso que no era el profesor. La profe le dejaba hacer consciente de que su presencia, al fin y al cabo, daba vidilla al grupo.

Una de las actividades que hacíamos de vez en cuando era escribir textos para concursos literarios. No era obligatorio, tan solo la profe ofrecía las bases de tal o cual concurso y nosotros escribíamos el texto siguiendo las bases. Luego ya cada cual podía presentarse o no al concurso si le apetecía. Un día, la profesora trajo un concurso en el que el premio era una pieza de jamon bellota. No era mal premio, desde luego.

El texto, que no debía superar las 200 palabras, tenía que tratar de alguna manera sobre el cerdo ibérico o sobre los productos derivados del mismo. Son concursos muy golosos a los que se presenta mucha gente, o eso nos dijo la profesora. Así que decidimos que todos íbamos a escribir y todos nos íbamos a presentar, saliese lo que saliese, de forma que el jamón fuese para el uso y disfrute del taller.

Por supuesto Ramón se lo tomó como un asunto personal y en todo momento se echó el grupo a la espalda. Era tan vehemente que le teníamos que seguir la corriente. Su texto no estaba mal pero tampoco era gran cosa. A mí me gustaba más el mío, pero nadie reparó mucho en él. De cualquier manera todos enviamos el texto al concurso jamón bellota. 

Y hubo un ganador en el taller… y no fue Ramón. El jamón era para mí y gustosa organice una espicha en la que todos pudimos dar buena cuenta del premio. Todos menos Ramón que se excusó y no “pudo” asistir. Tardó varias semanas en volver al taller y no quiso nunca hablar del asunto del jamón que no ganó… ni se quiso comer.

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